¿TDAH? ¿De qué se trata?
Diagnóstico de TDAH
Desde hace poco más de 20 años el TDAH (Trastorno de falta de Atención e Hiperactividad) frecuenta la consulta del psicólogo infantil. Es habitual que los padres acudan con un listado de conductas del niño y formulen la pregunta: “¿nuestro hijo es un TDAH?”; o bien que expongan la preocupación generada por la maestra al decirles que su hijo posiblemente sea hiperactivo, algo quizás inadvertido por ellos hasta ese momento.
En todas estas formas de presentación suele haber un denominador común: se observan y enumeran las conductas del niño, cuya suma puede dar como resultado el TDAH. Normalmente se le pide al psicólogo que corrobore el diagnóstico del déficit de atención e hiperactividad.
Muy pocas veces se tienen en cuenta los aspectos subjetivos del niño:
– ¿qué cuenta él mismo de lo que le sucede?
– ¿cómo se siente?
– ¿cuál es su historia?
Importa tanto la versión narrada por sus padres como la suya propia.
El niño se ha convertido en objeto de estudio, ocultándose así el problema de la significación de su malestar. El cuerpo del niño es un mosaico de signos que la mirada del especialista ordena a partir de la idea de que el signo semiológico guarda una relación natural o icónica con una alteración orgánica o funcional, como ocurre con el signo orgánico – fisiológico
Actualmente, los grandes manuales de categorías diagnósticas (DSM-V en EEUU y CIE-10 de la OMS) listan los criterios necesarios para poder diagnosticar un TDAH, pero pese a los esfuerzos no se ha llegado a un consenso. Asimismo, se está buscando la comorbilidad del TDAH: con trastornos de ansiedad, del estado de ánimo, trastorno bipolar, de la conducta, retraso mental, trastornos del desarrollo… También se realizan numerosos estudios neurológicos, neuropsicológicos, neurofisiológicos, neurobiológicos y genéticos encaminados a encontrar su etiología, aún desconocida.
Otro factor que ha contribuido al aumento de la incidencia de los diagnósticos de TDAH ha sido la comercialización de los fármacos destinados a su tratamiento (estimulantes, el más utilizado es el metilfenidato, que es una anfetamina), particularmente una marca famosa que fue lanzada en los años 1980 en EEUU, apoyada por un éxito editorial.
Varios estudios indican que muchos de estos niños medicados acaban desarrollando una adicción a los tóxicos. Por otro lado, en períodos vacacionales se retira la medicación, al tener esta medicación considerables efectos secundarios adversos. Entre los efectos secundarios se cuentan trastornos del sueño, de la alimentación, del crecimiento y depresión.
Los estimulantes reducen los síntomas durante el tratamiento, que reaparecen cuando éste se abandona o retira.
Se constata que la subjetividad del niño, lo que siente, lo que le pasa, no tiene cabida en una clínica basada exclusivamente en la mera observación de las conductas. No se trata de negar la predisposición biológica ni los efectos de los tratamientos farmacológicos, sino más bien de llamar la atención sobre esta abolición de lo subjetivo, que es una postura reduccionista.
¿Qué nos puede aportar la clínica basada en la escucha? Si un paciente tiene como terapeuta a un receptor de su discurso, a un oyente en quien puede depositar las palabras de su malestar y de su psiquismo, ese paciente se convierte en una persona que habla y que es escuchada, no solamente por el terapeuta sino por sí mismo.
En efecto, al contarle a otro lo que le sucede, lo que siente, también lo escucha el niño que habla.
Se le posibilita a ese niño que aparezca como sujeto, en tanto hablante. Y cuando su malestar se convierte en algo propio que pasa por la palabra, el sujeto puede ir entendiendo qué tiene él que ver con su padecimiento y se puede hacer cargo de lo que le sucede, siempre en su medida y teniendo en cuenta su diagnóstico.
Un niño también puede responsabilizarse de aquello que es propio de su edad. La clínica de la escucha es una clínica del caso por caso, donde los elementos adquieren un sentido específico para cada uno.
Un niño que se mueve constantemente, que está inquieto y que no puede prestar atención a su maestro puede tener diferentes motivaciones: los celos despertados por el nacimiento de un hermanito, dificultades en sus relaciones parentales, problemas en renunciar durante un rato a lo que le gusta (tener que estudiar en vez de jugar, por ejemplo), dificultades de relación con sus compañeros o con sus maestros, desbordamiento subjetivo por falta de simbolización, etc. En todos ellos puede presentarse el mismo síntoma, que tiene un sentido muy diferente en cada uno.
Muchas veces, cuando un niño habla de la angustia, puede decir que se siente inquieto. Esa inquietud en el cuerpo podría ser una forma de nombrar el TDAH. En la medida en que el niño o el adolescente pueda ir traduciendo en palabras su angustia, su inquietud, adquirirá nuevos elementos que le permitan apaciguarse.
Equipo INSM