Mantener a los jóvenes con vida: una urgencia absoluta
Una de las noticias más graves publicadas recientemente y de la que se hicieron eco los principales medios de comunicación es el aumento del índice de suicidios entre los más jóvenes. La Sociedad Española de Pediatría emitió un comunicado en el que alertaba del aumento de autolesiones e intentos de suicidio entre niños y adolescentes en España. Las cifras son espantosas: el suicidio es la segunda causa de muerte entre los 15 y los 29 años. En el año 2020 casi 4000 personas se quitaron la vida: 300 de ellos eran jóvenes. En el mismo año se suicidaron en España 14 niños menores de 15 años, el doble que en los últimos datos disponibles.
Cuando, en el año 2006, se publicaron los resultados del Informe PISA, a cargo de la OCDE, quedó claro que los países asiáticos, entre ellos Japón, encabezaban el ranking de adquisición de competencias básicas en los sistemas escolares de todo el mundo. Sin embargo, Japón es uno de los países con un historial más largo de suicidios en edad escolar. El índice de suicidio de niños y jóvenes fue de 415 niños en el año 2021. Una cifra record durante la pandemia. En los inicios de la década del 2000, con los datos de aumento del suicidio escolar, el Ministro de Educación japonés escribió una carta a las escuelas de Primaria y Secundaria implorando a los niños y niñas que aprendieran y se mantuvieran vivos para el futuro. Este argumento es tremendo: el futuro de un país depende de las ganas de vivir de sus ciudadanos.
En España, la pandemia ha afectado la salud mental de los más jóvenes. Impedidos en su libertad de movimientos, muchos de ellos encerrados en condiciones familiares y sociales extremadamente difíciles, estos niños y adolescentes han empezado a entrar en crisis agudas y a realizar pasajes al acto. En nuestra Red Servicio de atención a la infancia también nos encontramos con un incremento significativo de autolesiones e intentos fallidos de suicidio en jóvenes desde el mes noviembre de 2020.
El intento de quitarse la vida es uno de los más graves, porque pone contra las cuerdas al conjunto del sistema de educación, social y asistencial.
La Asociación Española de Pediatría ha reclamado para el conjunto del Estado un Plan Nacional de prevención del suicidio. Esto implica poner en marcha recursos económicos, inversiones en el sistema de salud, más personal.
Sin embargo, cuando un sujeto intenta quitarse la vida, algo se moviliza en su propia historia, historia que se pretende cancelar. ¿Por qué un niño o un adolescente no solo piensa en morir sino que encuentra una forma concreta y práctica de hacerlo?
Algunos acontecimientos imposibles para la vida del sujeto no pasan por la palabra, quedando enquistados sin vía de salida factible. En la ausencia de un otro que pueda escuchar el desaliento de estos niños y adolescentes desde la proximidad del oído en silencio, sin juzgar moralmente, sin el imperativo de cómo deben de ser para cumplir con las expectativas de los adultos, de la sociedad del rendimiento y del agotamiento, estos niños y jóvenes se confrontan con el mutismo de una pared de piedra, sin vuelta atrás. Algo más que la desesperación se apodera de su cuerpo y entonces llegan al acto que no se puede dialectizar:
La angustia implacable lleva al intento de quitarse la vida.
Más allá de la tristeza y del desaliento, el sentimiento de angustia anida en la boca del estómago como un sufrimiento que no consigue el dolor físico y es en la insistencia de ese sentimiento donde el suicidio aparece como la salida.
Los adolescentes, y también los niños, pueden alcanzar niveles de angustia tan altos que se prefiere dejar de existir cuando no se puede dejar de sufrir.
La proximidad y la acogida atenta y cordial de adultos y amigos es una actitud que puede aliviar la angustia, permitir la palabra, conducir a la elaboración de lo que genera la angustia y salvar la vida de cada uno, en su contexto educativo, familiar y social.
Y es necesario saber que las personas cercanas al suicida necesitan no querer enterarse de la angustia que siente el niño o el adolescente durante bastante tiempo antes del acto suicida, porque un nivel de angustia tan alto es imposible de disimular, cuando el niño deja de seguir jugando, hablando, comiendo. Viviendo.
Equipo INSM