Bullying en la escuela: conflicto y síntomas
En España, según datos de la Asociación NACE (Asociación No al Acoso Escolar), uno de cada cinco niños escolarizados sufre bullying en España y solo el 15% de las víctimas se atreven a contarlo a familiares o profesores. Este secretismo favorece la opresión y la violencia que se ejerce desde dentro de la escuela, aunque también, cada vez más, a través de las redes sociales.
El bullying consiste en una serie de acciones sistemáticas y organizadas de amenaza y extorsión con violencia entre pares.
Los acosadores acostumbran a mostrar una cara ante los maestros y padres para redoblar su furia cuando se encuentran frente a la víctima, en la clandestinidad de la agresión arbitraria y feroz. Se trata de una de las situaciones educativas más difíciles de abordar por el silencio que las envuelve.
Si tenemos suerte, los niños o niñas víctimas de acoso empiezan a hacer síntomas: no quieren ir a la escuela, tienen trastornos del sueño o gastro-intestinales, nadie sabe qué pasa. Para estos niños o niñas, que tantas horas pasan en el centro educativo, no poder estar tranquilos en un espacio y un tiempo que es su mundo, implica perder el mundo que les sostiene.
En muchos casos -y este es el dato más preocupante- los niños no quieren hablar. Están en silencio frente al acoso.
El Bullying en la escuela es un conflicto que afecta a toda la institución educativa y produce síntomas individuales y colectivos.
El silencio es la otra cara de la moneda, el punto que hay que romper para alcanzar a movilizar los dispositivos de ayuda. “Si hablas, te vas a enterar.” He aquí una de las amenazas clásicas del matón de las películas del Far West y de series y películas sobre las mafias actuales.
Los acosadores, a veces individuos sensatos cuando están solos, se crecen con la admiración de un grupo reducido de iguales. Mostrando una conducta cobarde -hacer daño al más débil, asustarlo, o muy frecuentemente transformar a otro en débil- reducen su propia sensación de debilidad e inseguridad. El punto débil del agresor: he aquí la rueda que permite que se mueva el engranaje del bullying.
Es importante estudiar la dimensión conflictiva del acoso escolar desde su propia complejidad, porque tiene muchas aristas. No se trata solo de ir a buscar a los culpables, de señalarlos con el dedo o de activar un mecanismo de represalias. Tampoco de enseñar a las víctimas con un curso de defensa personal (aunque pueda a lo mejor reforzar su seguridad y en algunos casos sea adecuado).
Hay que ir más allá, analizar de qué forma pedagógica y terapéutica se puede abordar este problema, porque la escuela no es un mero agente de transmisión de conocimientos, sino también un espacio privilegiado donde aprender a convivir con los demás.
Un niño violento responde a la violencia que siente en su interior. Es un sentimiento que le corrompe y le obliga a ser otro, más malo, más odioso y odiado, más poderoso, el jefe de la manada. A menudo, este niño desplaza el sentimiento de debilidad y de fragilidad que siente en su propia piel por haber sido a su vez una víctima de algo -no necesariamente de alguien- cargándose al más pequeño o menos fuerte.
En estos casos el límite procede del lado del adulto-educador, quién no solo debe parar el acoso y activar la penalización necesaria, sino que, por encima de todo, debe estar atento a las vicisitudes subjetivas y delicadas transiciones en lo social de todos los niños implicados.
Este tema se trabaja con detalle en El bullying o acoso escolar. Repensar los (des)encuentros en la escuela desde una perspectiva de la subjetividad, de Victoria Rego.
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