Absentismo universitario post-pandemia: ¿causas?
En los últimos meses los profesores universitarios han constatado que un porcentaje significativo de estudiantes faltan a clase. Al principio, atribuyeron las ausencias a efectos Covid: contagios y cuarentenas. Si la institución lo permitía, inicialmente los estudiantes se conectaban por video-conferencia a la clase. A medida que la población se fue vacunando y fueron mejorado las cifras de ingresos hospitalarios, el confinamiento se redujo y actualmente, aunque se recomienda que el contagiado se quede en casa, puede circular con síntomas leves y mascarilla.
Entre otras cosas, podrían acudir a clase. Sin embargo, el absentismo post-pandemia de estudiantes universitarios se ha vuelto notable.
Sin embargo, y con el paso de las semanas desde que la situación sanitaria mejoró, muchos estudiantes no han regresado a clase. Como si el confinamiento hubiera fijado el hábito de no asistir. Recientemente, la prensa apuntó algunas cifras relativas a otros ámbitos, como por ejemplo el transporte público: uno de cada cuatro usuarios todavía no había vuelto a tomar el autobús o el metro después de la pandemia.
¿Qué sabemos de este absentismo juvenil?¿Qué hipótesis se pueden manejar al respecto?
Algunos estudiantes deciden que van a clase según si se evalúa una actividad o si se trata de un “contenido interesante”. Tal vez durante la pandemia descubrieron que las clases pueden hacerse por Zoom y que si el profesor cuelga el material en el campus virtual es suficiente para aprobar el examen.
Aquí se plantea la pregunta por el trabajo del profesor: ¿qué hace exactamente? ¿Comentar la presentación de Power-Point o bien interpretar, elaborar, dar sentido a los contenidos que pueden encontrarse en la red?
Durante el confinamiento, los docentes tuvieron que diseñar materiales nuevos, seleccionarlos, organizarlos, ponerlos a disposición de manera clara y comprensible. En muchos casos grabaron sus explicaciones para colgarlas en youtube. Las clases magistrales quedaban a disposición de todos. Algunos estudiantes entendieron que no hacía falta el contacto con el profesor, o ir a clase, si existían estos materiales a los que se podía acceder. Al fin y al cabo, el examen final servía para comprobar el grado de ajuste de los contenidos “en oferta” y la “demanda” de las preguntas con su respectiva puntuación. También existen, por supuesto, los trabajos en grupo: ¿pero para qué sirve la presencialidad si se pueden distribuir las tareas en un archivo compartido? Para eso no hace falta quedar en persona.
La cuestión del absentismo post-pandemia obliga a una reflexión más amplia. Por ejemplo, ¿cuáles son las actividades que propone el profesor y que interesa a los estudiantes? Parece que los estudios de casos prácticos, cuya discusión obliga a un intercambio de puntos de vista, no pueden hacerse tan fácilmente en diferido. La conversación presencial, las participaciones, los malentendidos, las interrupciones en la exposición, forman parte de la experiencia de pensar juntos. Todo debate intenso aporta un cierto desorden en lo humano. En cambio, la disciplina de Zoom o de Google Meet en diferido obligaba, por ejemplo, a silenciar los micrófonos, a respetar los turnos de palabra, convirtiendo los debates en una especie de ambiente controlado, parecido a un software, a una mecánica aseptica. En cambio, el malentendido, el deseo de decir algo de inmediato, que llega a interrumpir al otro y que genera mucho ruido ambiental conduce a la pasión de la discusión viva y tiene una fuerza de subjetivización mayor.
Por lo tanto, si en clase el profesor se limita a leer un power point en voz alta, no hace falta concurrir a clase. Pero más allá del estilo del profesor y de la excelencia del material preparado, si el examen se limita a preguntas concretas que están en el material didáctico subido a Internet, tampoco hace falta concurrir a clase para aprobar el examen, incluso con buena nota.
Para que el estudiante universitario desee volver a la enseñanza presencial, en clase debe ocurrir algo distinto a la recitación de los contenidos, debe producirse una elaboración en acto. Y el examen debe incluir el resultado de esa elaboración presencial.
Para ello no hace falta planificar demasiado, sino dejarse llevar por la corriente de lo que se dice en el momento preciso. El profesor debe generar participación y un debate vivo, en el sentido de avivar el fuego del lenguaje y el deseo de saber con los otros. Para que eso funcione, el profesor debe perder el miedo al desorden en lo viviente, con el fin de animar a sus estudiantes a vivir.
Dra. Anna Pagés
Blanquerna
Universidad Ramón Llull